Digitalizar y recualificar, obligaciones inseparables

Artículo publicado en CincoDias 25/01/2021

Urge situar en lo más alto del plan de recuperación un proyecto robusto de adquisición de competencias para toda la fuerza laboral

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José Varela

Responsable de digitalización en el trabajo de UGT

Ya nadie duda de que la digitalización será un eje fundamental para la recuperación de nuestra economía. El riego milmillonario en forma de ayudas públicas europeas ha obrado el milagro: la modernización digital de nuestro tejido productivo se ha puesto en el centro del debate.

No obstante, la cuestión sobre la digitalización se centra, casi exclusivamente, en cómo conseguir las ayudas, sin pararse a pensar sobre los medios que tenemos para poder aprovecharlas. Digitalizar, por tanto, no se contempla como un medio para, sino como un fin en sí mismo. Un error que deberíamos cortar de raíz, ahora que aún tenemos margen de maniobra.

Cifremos la dimensión del desafío: alrededor de nueve millones de ocupados tendrán que dedicar más de seis meses a recualificarse (WEF, 2020). Formación que debería comenzar ya y que debería impartirse en un corto periodo de tiempo para resultar efectiva. Todo parece indicar, ante la falta de noticias al respecto, que esta alarmante situación pasa desapercibida entre aquellos que deberían estar planificando el futuro económico de nuestro país. Y no será porque desde los Sindicatos no lo vengamos advirtiendo.

Empresas y AAPP parecen rehuir preguntas cruciales: ¿Qué recursos humanos hay disponibles, y con la preparación necesaria, para acometer mis proyectos tecnológicos? Sin olvidar otra cuestión, no menos importante: ¿cómo recibirán los trabajadores estos procesos de digitalización?

La realidad que describen los datos disponibles no es, para nada, alentadora: España es el país europeo con mayor desajuste de habilidades digitales en el trabajo (OCDE, 2019). Más de la mitad de los trabajadores con empleo en 2020 no es sabe lo que es la nube. Seis de cada diez desempleados solo acreditan competencias informáticas bajas (hasta un 25% de los parados no sabe enviar un correo electrónico; INE).

Esta falta de conocimientos causa, lógicamente, inseguridad entre las personas trabajadoras. La digitalización no es un aspecto neutro para el trabajador. El desempleo tecnológico es una amenaza latente, hasta el punto de que la mitad de los españoles describe la automatización de tareas como “algo malo para la sociedad” (Pew Research, 2020). Lógico, si tenemos en cuenta que el Foro de Davos nos acaba de advertir que, en menos de cinco años, el 50% de las actuales tareas que realizan humanos las acabarán haciendo máquinas. Parece evidente que, con estos mimbres, ningún plan de transformación será viable a corto plazo o sostenible a medio.

Por tanto, precisamos acometer la cuestión de la formación de nuestra fuerza de trabajo; antes y mientras pedimos las ayudas europeas, entiendo esta recualificación como una parte intrínseca e imprescindible de dichas ayudas. Y debemos hacerlo con el máximo rigor, evitando mitos o campañas mediáticas, y centrándonos en los aspectos más determinantes.

Por ejemplo, huyendo de banalidades, como la que aseguraba que, en 2030, un elevadísimo porcentaje de personas trabajarían en empleos “que hoy no existen” – -una viralizada nota al pie de un informe del Foro Económico Mundial, fechado 2016, que se hacía eco de (sic) “una estimación popular” sin respaldo académico alguno -. O siendo escépticos con prometedores vaticinios, como los expuestos por la Comisión Europa, que auguraba un déficit de 900.000 expertos TIC en Europa para 2020 (finalmente han sido unas nada despreciables 300.000 vacantes, pero que entrañan un error del 300% de sobrestimación). O matizando las supuestas dificultades que tienen las empresas para contratar a tecnólogos, cuando solo un 3% de las compañías afirman tal extremo (un 0,24% para las microempresas; la mayoría en nuestro tejido empresarial). Los mensajes que envían algunas patronales españolas, que dicen necesitar 350.000 de expertos digitales, además de generar magras expectativas, es pura exageración sin un solo dato oficial que lo avale. Nadie duda de que necesitemos perfiles STEM (especialmente mujeres), pero inflar artificialmente los datos no es el camino adecuado.

Una parte importante de nuestros esfuerzos deben ir dirigidos a sensibilizar a nuestras empresas sobre el valor de una plantilla bien preparada: se estima que más de un tercio del valor actual de las empresas está relacionado con valores intangibles (Brand Finance, 2020). El futuro pasa por competir desde la innovación, la tecnología y el conocimiento, y eso solo se hace planificando y adoptando decisiones estratégicas a corto, medio y largo plazo. Sin embargo, casi dos tercios de las organizaciones no han considerado qué proporción de su fuerza laboral necesita volver a capacitarse como resultado de la automatización (Deloitte, 2020). Una imprevisión injustificable, y tremendamente peligrosa.

Otra parte debe centrarse en proporcionar certidumbre a las personas trabajadoras. Garantías sobre su empleo, pero sobre todo sobre su empleabilidad. Trazar el futuro de su puesto de trabajo en función de la evolución tecnológica esperable, planteando alternativas de migración hacia otras tareas si fuese necesario. Aquí la receta para alcanzar el éxito es fácil de enumerar: inversión, transparencia, negociación colectiva y consenso con la representación de los trabajadores. No optar por este camino siempre será sinónimo de conflictividad.

En definitiva: urge colocar en lo más arriba del Plan de Reconstrucción, Transformación y Resiliencia un proyecto robusto de recualificación y adquisición de competencias, que alcance a toda nuestra fuerza de trabajo; tanto la activa como la desempleada; tanto asalariados como autónomos; tanto a personas trabajadoras como empresarios y directivos de cualquier índole. No es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana, ni se improvisa sobre la marcha, ni se impone sin más. No hacerlo nos lleva directos a un fracaso sin paliativos.

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